TRAUMA, APEGO Y TRANSMISIÓN TRANSGENERACIONAL DE LOS CONFLICTOS PSÍQUICOS

Claudia Villanueva Kuri

Uno de los temas más fascinantes de la psicología clínica es el de la transmisión transgeneracional de los conflictos psíquicos. A no pocas personas sorprende el saber que en varias generaciones de una misma familia ha habido suicidios, abusos sexuales o alcoholismo, por mencionar algunos conflictos familiares recurrentes. Las razones por las que esto es posible han sido estudiadas tanto desde la terapia familiar como desde el psicoanálisis, y pasan tanto por el fenómeno básico de identificación, estudiado por Freud desde 1897, hasta por el de las lealtades invisibles de Boszormenyi-Nagy (1973). En esta ocasión, sin embargo, me gustaría enfocarme en una serie de mecanismos que, juntos, nos ayudan a entender desde otra perspectiva el fenómeno de transmisión transgeneracional de los conflictos psíquicos.

Esta serie de mecanismos ha sido estudiada desde el modelo de la Neurobiología Interpersonal del Dr. Daniel J. Siegel. La tesis más importante de su libro La mente en desarrollo (2007) es que el desarrollo mental depende tanto de la genética del cerebro como de las experiencias que haya vivido el individuo: éstas determinan qué genes llegan a expresarse, cómo y cuándo lo hacen; y la expresión de los genes, a su vez, conduce a la producción de proteínas que permiten el crecimiento neuronal y la formación de nuevas sinapsis en el cerebro, lo que a su vez favorece el desarrollo de los diferentes sistemas de la mente. Esto también implica, por el otro lado, que un niño que padezca la carencia de ciertas experiencias puede también sufrir el lento o nulo desarrollo de ciertas conexiones neuronales y por tanto de ciertas funciones y de algunos sistemas de la mente. La capacidad para regular emociones, para integrar las experiencias en la memoria, para desarrollar un sistema de apego que permita relaciones interpersonales íntimas y sanas, por mencionar sólo algunas de las funciones de la mente, pueden verse enriquecidas si el infante está expuesto a experiencias interpersonales que le ayuden a desarrollar estas capacidades. Si, por el contrario, el niño sufre por carencia de tales relaciones o experimenta traumas importantes, entonces la misma fisiología y morfología del cerebro puede verse modificada, como lo demuestra el hecho de que el estrés crónico puede alterar el volumen del hipocampo, que es la parte del cerebro responsable de la memoria y puede también comprometer el desarrollo de la región orbitofrontal, que es la encargada del control de impulsos y del pensamiento superior. Así también, un niño traumatizado o expuesto a situaciones de estrés crónico presentará una alteración en la respuesta fisiológica, de modo tal que aun pequeños estresores producirán grandes respuestas hormonales.

Uno de los sistemas cerebrales que más afectados se ven por la falta de buenas experiencias interpersonales es el del apego. Éste es un sistema innato del cerebro que “…motiva al bebé a buscar la proximidad de sus progenitores (y otros cuidadores primarios) y a establecer comunicación con ellos. En el nivel evolutivo más básico, este sistema conductual mejora las oportunidades de supervivencia del bebé.” (Siegel, op.cit. p. 111). La interacción emocional con los padres ayuda a que el bebé reduzca el miedo, la ansiedad o la tristeza y le proporciona un refugio ante el malestar, lo que a su vez le ayuda a desarrollar modelos de apego que le ayudan a sentirse seguro ante el mundo y ante los demás. Si estas interacciones fallan, entonces el resultado será que el bebé se sienta inseguro y creará un modelo de apego igualmente inseguro. Existen tres formas a través de las cuales los padres pueden generar modelos de apego inseguro en los niños. Una es mediante el rechazo a la interacción, lo que hace que los niños minimicen la búsqueda de proximidad y supongan que no necesitan de nadie; otra es la de los padres que responden a las necesidades emocionales del niño, pero de forma inconsistente e introduciendo sus propias preocupaciones en la relación con sus hijos, lo que hace niños con apegos ambivalentes y ansiosos; la última es la de los padres que muestran conductas amenazantes, incoherentes o desorientadas y que generan niños con apegos desorganizados.

Dado que en el sistema del apego siempre están implicadas al menos dos personas y durante la infancia estas dos personas son el niño y sus cuidadores, entonces éste es uno de los sistemas a través de los cuales se pueden transmitir modelos psíquicos de generación en generación. Aquí lo que se transmite son modelos de apego que pueden ser o seguros o inseguros.

¿Qué sucede con aquellas personas que han sufrido un trauma grave, como los que pueden darse en una guerra; o que han vivido en un ambiente de constante violencia; o que han sufrido de abuso o de la negligencia o la incoherencia de los cuidadores durante toda la infancia? ¿Qué modelo de apego van a ser capaces de transmitir a sus propios hijos? ¿O de crear a lo largo de su vida con alguna pareja o amigo?. Si estas personas tuvieron la enorme fortuna de poder platicar con alguien para elaborar el dolor del trauma, tal vez pudieron acomodar sus sentimientos internos como para que éstos no tuvieran repercusiones. Pero si no….. Dice Siegel: “(aquellos) que han experimentado sucesos traumáticos y que no disponen de alternativas para comentar estos eventos con los demás pueden no ser capaces de integrar estas experiencias negativas y (…) pueden quedarse con fragmentos recurrentes de memoria que están asociados con un afecto altamente negativo que no puede resolverse” (Op.cit. p. 98). Estos afectos negativos, que son las consecuencias desorganizadoras del trauma y de su falta de resolución, son los que pueden ser transmitidos de generación en generación y los que generan, una vez más, modelos de apego inseguros. El sufrimiento emocional puede generar no sólo caos interno sino también muchos recuerdos “intrusos” que impiden que la persona se pueda sintonizar emocionalmente con la persona, un niño tal vez, que tiene enfrente. De hecho, aquéllos que han sufrido un dolor emocional continuo suelen relacionarse de una manera ambivalente o desorganizada con los demás y suelen estar invadidos por recuerdos intrusos de las peleas no resueltas con el padre o la madre, del abuso cometido por el tío y de la madre que no hizo nada, de las humillaciones recibidas por la expareja, de los conflictos con los hermanos o abuelos, etc., etc., lo que les impide sintonizarse con los sentimientos y deseos de la persona que tienen enfrente. Y existe un escenario todavía peor: que el trauma haya afectado de tal modo la memoria explícita, aquella que pertenece a la conciencia, que los afectos negativos no puedan ser verbalizados, ni visualizados, ni entendidos, ni elaborados y permanezcan en la psique de la persona sólo como afectos negativos que no pueden sino producir más efectos negativos. El trauma no resuelto, dice Siegel, crea dolor en la víctima y en sus hijos porque afecta la memoria, la regulación emocional, el control de impulsos, etc. Así, se va creando una cadena de apegos inseguros que se transmite de generación en generación.